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Robert Emmet era aún un hombre muy joven cuando lideró una insurrección armada contra el Castillo de Dublín, el bastión del dominio inglés en Irlanda, y como resultado fue arrestado el 23 de julio y llevado a juicio el 19 de septiembre del mismo año 1803, y estas son las palabras que dirigió desde el doctor Lord Mowbray, quien, habiéndolo sentenciado, lo mandó a ahorcar, desmembrar y decapitar; luego le preguntó al prisionero en el banquillo: ¿qué tienes que decir ahora por qué no se debería dictar la sentencia de muerte y ejecución en tu contra? Según la ley, mis señores, se me pregunta qué tengo que decir si no se debería pronunciar una sentencia de muerte sobre mí. Según la ley, no tengo nada que decir que pueda alterar su predeterminación, ni que se convierta en algo que yo pueda decir a ninguno de ustedes para la mitigación de esa sentencia que ustedes están a punto de pronunciar. Debo acatarla, pero tengo algo que decir sobre por qué mi reputación debería ser rescatada de la carga de falsas acusaciones y calumnias que se han lanzado sobre ella. No imagino