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Desde las obras de Shakespeare hasta los dramas de televisión modernos, el astuto intrigante por quien los fines siempre justifican los medios se ha convertido en un tipo de personaje familiar que amamos odiar. Tan familiar, de hecho, que durante siglos hemos tenido una sola palabra para describir a tales personajes: maquiavélico. Pero, ¿es posible que hayamos estado usando esa palabra mal todo este tiempo? El estadista del siglo XVI Niccolò Machiavelli escribió muchas obras de historia, filosofía, y drama. Pero su perdurable notoriedad proviene de un escrito político breve conocido como El Príncipe, enmarcado como un consejo para los monarcas actuales y futuros. Machiavelli no fue el primero en hacer esto; de hecho, había toda una tradición de obras conocidas como espejos de príncipes que se remonta a la antigüedad. Pero a diferencia de sus predecesores, Machiavelli no intentó describir un gobierno ideal ni exhortar a su audiencia a gobernar justamente y virtuosamente. En cambio, se centró en la pregunta del poder: cómo adquirirlo y cómo mantenerlo. Y en las décadas posteriores a su publicación, fue p