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Los escribas egipcios escribieron jeroglíficos durante tres mil quinientos años, desde el amanecer de la historia hasta que guardaron silencio. Décadas antes de la caída de Roma, dieron un último suspiro en este templo, hogar de la última inscripción conocida. Y sin embargo, hoy, tengo la oportunidad de animar no una historia de pérdida sino de éxito, un relato sobre cómo sonaba el antiguo egipcio, y más importante aún, cómo lo sabemos. Hay una narrativa popular sobre el redescubrimiento del antiguo egipcio. Involucra a un francés, a un inglés y a una piedra. La primera vez que lo escuché, recuerdo acurrucarme en el sofá viendo un documental, ya sabes, uno donde la cámara se desplaza lentamente a través de pilares en las paredes del templo y luego corta a un brillante destello del sol y a platillos de sintetizador chocando. Así fue. En tiempos antiguos, los jeroglíficos fueron olvidados. Reliquias polvorientas hasta el siglo XIX, cuando Napoleón invadió Egipto. Se encontró una piedra, la Piedra de Rosetta. Los eruditos se maravillaron ante las desconcertantes cadenas de pájaros y serpientes y ganchos y extremidades. La piedra llevaba dos Egy
